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Mayo del 2008
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28 de Mayo, 2008, 23:17
Disculpen la insistencia con esta escritora canadiense, pero realmente me gusta tanto que no puedo evitarlo. Vuelvo una y otra vez a sus poemas, y cada vez la disfruto más. Y conste que aún no empecé a leer Desorden moral editado por Bruguera hace unos meses, y que llegó a nuestras librerías hace poco. Seguramente, habrá más...
La taza blanca
"Qué puedo ofrecerte?, mis manos se extienden abiertas, vacías excepto por mis manos.
No hay nada que temer, no necesitas mi bendición.
En cuanto a las palomas y los cedros que se desvanecen al atardecer y emergen por la mañana temprano pueden seguir adelante puede que incluso mejor sin mí pendiente de ellos.
Al volver de una larga enfermedad puedes ver cómo la taza blanca, los berros del porche, todo brilla no flagrantemente como ocurría durante la fiebre sino sólo del modo en que ocurre.
Esto es lo único que quería darte, este brillo tranquilo que es un constante entrar un ir hacia."
Margaret Atwood (Ottawa, 1939), La taza blanca, en Luna nueva, Icaria Poesía, Barcelona, febrero, 2000.
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24 de Mayo, 2008, 19:14
"Estoy en una habitación sin ventanas que se abran ni puertas que se cierren, algo que puede parecer un manicomio, pero que en realidad no es más que una habitación, la habitación en que una vez más me siento a escribirte, otra carta más, otra hoja de papel, sorda, muda y ciega. Cuando termine la tiraré al aire y por así decirlo desaparecerá, pero el aire no opinará lo mismo.
Estoy escuchando tus preguntas. La razón de que no las conteste es que de ninguna manera son preguntas. ¿Hay respuesta a una piedra o al sol? "¿Para qué es esto?", preguntas, a lo que sólo se puede contestar diciendo que no todos somos utilitarios. "¿Quién eres en realidad?" es la pregunta que hace el gusano de la manzana mientras la atraviesa. Un corazón roído puede ser el centro, pero, ¿es la realidad?
En cuanto a mí, tal vez no sea más que el espacio entre tu mano derecha y tu mano izquierda cuando colocas las manos en mis hombros. Mantengo tu mano derecha y tu mano izquierda separadas, a través de mí también se tocan. Se parece al silencio, que también es un sonido. Yo soy el tiempo que tardas en pensarlo. Entras en mi tiempo, sales de él, yo no puedo entrar ni salir, ¿por qué preguntarme? Tú sabes cómo es y yo no. Los espejos no sirven para nada.
Pregúntame en cambio quién eres tú: cuando entras en esta habitación por la puerta que no está, no es a mí a quien veo, sino a tí."
Margaret Atwood (este texto lo descubrí y tomé del blog El Boomeran(g), en donde pueden encontrar otros dos relatos de Margaret Atwood también magníficos: http://www.elboomeran.com/nuevo-contenido/57/relatos-de-margaret-atwood/. Hay un link directo desde este blog. Gracias!
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22 de Mayo, 2008, 16:02
"Me caigo de sueño. Caigo en el sueño, y si caigo, es por efecto del sueño. Como me caigo de cansancio. Como me caigo de aburrimiento. Como me caigo de angustia. Como caigo, en general. El sueño resume todas esas caídas, las reúne. Se anuncia y se emblematiza bajo la enseña de la caída, del descenso más o menos rápido o del hundimiento, del desfallecimiento. (...) Todos los durmientes caen en el mismo, idéntico y uniforme sueño. Pues este consiste precisamente en no diferenciarse. Por eso le conviene la noche, con la oscuridad y, asimismo, el silencio. Al igual, además, que una necesaria apatía: es menester que duerman las pasiones, los dolores o las alegrías y que también descanse el deseo, y el contacto mismo o el perfume de la cama, de sus sábanas y del compañero o la compañera, si los hay, con el cual uno/a duerme. (...) El dormir juntos no abre otra cosa que la posibilidad de penetrar en lo más íntimo del otro, a saber, justamente en su sueño. El sueño dichoso y lánguido de los amantes que se hunden juntos en él prolonga su espasmo amoroso en un largo suspenso, en un punto culminante mantenido hasta los límites de la disolución y la desaparición de su propio acuerdo: mezclados, sus cuerpos se desenredan insidiosamente, por muy entrelazados que puedan permanecer en ocasiones hasta el final del dormir, hasta el momento en que redescubran la alegría como si hubiera sido renovada a causa de su olvido... El dormir juntos equivale a compartir una inercia, una fuerza igual que mantiene juntos los dos cuerpos en su navegación como dos barcas estrechas que se alejan hacia la misma alta mar, el mismo horizonte sustraído una y otra vez y siempre en unas brumas que, en su indistinción, no permiten separar el alba del crepúsculo...".
Jean-Luc Nancy, Tumba de sueño, Amorrortu Editores, Bs. As., octubre 2007.
Imagen: Gente en la noche, de Joan Miró.
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17 de Mayo, 2008, 16:38
Tess Gallagher escribe El puente que cruza la luna en 1992, luego de la muerte de su marido, el escritor Raymond Carver. Sus poemas son íntimos y desgarrados. Su intuición sobre la vida y la muerte, sobre la soledad de existir, son de una lucidez que nos deja sin aliento. Algunos breves, otros más extensos, unos muy simples y transparentes, otros extrañamente complicados, nos invitan a descubrir no sólo un aspecto de la relación de Tess y Raymond, sino a la vez, a una escritora poco común.
Tess Gallagher nació en 1943 en Port Angeles. Es poeta, narradora, guionista, traductora, y también escribe ensayos. Ha publicado varios libros de poemas, pero el único que ha sido traducido al castellano es éste, publicado por Bartleby Editores en España.
Habitación infinita
"Habiendo perdido el futuro con él, estoy dispuesta a amar a quienes no me ofrezcan futuro -la forma que tiene el corazón de extraviarse en el tiempo-. El me lo dio todo, hasta el útlimo y jaspeado instante, pero no como un exceso, sino como si un propósito oculto fuese una fuente junto al camino a la que pudiera acercar mis labios y saciarme de recuerdos. Ahora el amor en una habitación puede hacer que me pierda con suma facilidad, como una niña que hubiese de volver deprisa a casa ya de noche, y tuviera miedo de encontrarla vacía. O sólo miedo.
Dime otra vez que esto va a durar lo que dure. Quiero ser frágil y verdadera, como quien prolonga el momneto con su muerte intacta, con su corazón, demasiado sabio, limpio de los desechos que llamamos esperanza.
Sólo entonces podré volver a visitar al último superviviente y saber, con la alborotada exacatitud de una ventana rota, lo que quería decir, con todo el tiempo ido, cuando decía: "Te quiero".
Y ahora ofréceme de nuevo lo que pensabas que no era nada".
El puente que cruza la luna, Tess Gallagher, Bartleby Editores, Madrid, 2006. Traducción: Eduardo Moga.
Imagen: Das fliegende Kamel, de Quint Buchholz.
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11 de Mayo, 2008, 21:08
Recibí este poema desde el sitio enforcarte.com, y me gustó tanto que decidí "apropiármelo" y compartirlo con Uds. Tove Ditlevsen (1918 - 1976) nació en Copenhaguen, Dinamarca. Nacida en una familia obrera, su formación fue enteramente autodidacta. Trabajó de oficinista y debutó en 1939. Ha publicado poemas y novelas, que encontraron un gran número de lectores. Nunca había leído nada de ella, y me alegra haber recibido este poema, justo hoy, domingo. Que empiecen bien la semana.
Domingo
"Nunca ocurre nada los domingos. Nunca encuentras un nuevo amor en domingo. Es el día de los infelices. Día de pensión o día de familia. Las horas más dolorosas de la amante cuando se imagina a su amado con sus hijos en las rodillas mientras su mujer, sonriente, entra y sale con tentadoras bandejas. Un día maldito.
Alguna vez tuvo que haber sido diferente. ¿Por qué si no tendríamos todos que esperar con ansias el domingo durante toda la semana? ¿Quizá cuando íbamos a la escuela? Pero ya entonces las campanas sonaban compungidas y grises como lluvia y muerte. Ya entonces las voces de los adultos eran débiles e insonoras como si buscasen a tientas y en vano las palabras dominicales.
El olor a humedad y a pan mohoso, a sueño, botas de goma y achicoria ya subía entonces por la escalera y la calle, que estaba dura, vacía y diferente de una manera desolada El olor dominical nos forraba con la gruesa capa de la decepción que sigue a una expectativa sin meta específica.
Pero, entonces ¿cuándo? En un lugar anterior a la memoria hubo felicidad, una expectativa irresistible que todavía nadie había sido capaz de defraudar. Entonces las campanas significaban que papá estaba en casa, el bigote, las negras cejas y el olor a tabaco mascado estaban allí y allí quedaban, en un lugar cercano, y quizá la risa de tu joven madre sonaba más alegre que los otros días.
Es domingo. Tú nunca encontrarás un nuevo amor ese día. Estás sentada en el cuarto de estar apabullada y rígida como una figura de cartón a los ojos de los niños. Escarban con los pies y se pelean sin energía. «Deberíamos hacer algo», dices. «Sí», dice una voz detrás del periódico. Entonces os calláis los dos, porque todo lo que tenéis ganas de hacer es oculto y secreto y sería inaceptable para el otro.
Las campanas de la iglesia suenan. Las narices de los niños se llenan de desesperanzado olor heredado. Sobre sus dulces rostros se desliza una fealdad pasajera. Una luz marchita nace en sus ojos.
Pero todos esperamos el domingo toda la semana, toda nuestra vida, esperamos la ilusión de cientos de largos domingos vacíos, agotadores. Día familiar, día de pensión, el infierno de los amantes secretos. Ese día en que la nauseabunda grisura de los adultos impregna a los niños y establece la incomprensible melancolía dominical de los años venideros".
Tove Ditlevsen Traducción de Francisco J. Uriz
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8 de Mayo, 2008, 19:00
Mariana Vacs nació en septiembre del '67, y es rosarina. Asistió a los talleres literarios de Alma Maritano (pasado que compartimos), Gloria Lenardón y Nora Hall. En el 2003 estudió poesía con el gran poeta Hugo Padeletti, y en el 2005, con quien al menos para mí es una de las mejores poetas de este momento: Beatriz Vignoli. Dice Beatriz del libro de Mariana, Infimo Infinito (publicado por Editorial Tantalia, 2006): "Sorprende en esta obra la conjunción armoniosa de una poética neorromántica, una imaginación contemporánea y un tono clásico. La primera, ligada a una condensación extrema, como también a un repertorio restringido y obsesivamente recurrente de vocablos que no admiten sinonimia, proviene de la influencia de Alejandra Pizarnik; influencia que luego se vio atemperada por la lectura de los clásicos latinos y chinos que le recomendara su maestro Hugo Padeletti. Se trata de un primer libro de una madurez asombrosa. Mariana Vacs lo ha escrito al límite de una lucidez tan extrema que reclama silencio, pero donde la palabra logra al fin abrirse paso como un rayo fulgurante y certero". Yo no podría agregar nada más después de ésto, sólo que disfruto muchos sus poemas. Lo demás, que lo diga Mariana:
"En ciertos paseos urbanos cuando las lámparas de la noche inventan figuras y los árboles se besan, yo veía la muerte y temía.
Miraba la espalda de mi madre observar mi pequeñez atolondrada y sonreir.
La muerte tomaba los cuerpos y moría sin mí.
Lo otro era saberme sola".
* * *
Bicicletas pintadas
"Alguien olvidó la sombra de su bicicleta en la pared.
Me mira con sus ruedas inútiles, con su número puesto igual que un N.N.
con sus pedales de gheto, me mira
abandonada y muda como un muerto".
Mariana Vacs
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